Los códigos de honor de la contracultura “barra brava” explican los hechos de Pueblo Nuevo

Rafael “Pepe” Roldán

Foto: Prensa Deportivo Táchira

El fútbol venezolano ha aportado al planeta futbolístico la curiosidad noticiosa del fin de semana pasado, a raíz de la suspensión del  encuentro entre el Deportivo Táchira y el Atlético Venezuela de la decimoprimera fecha del Torneo Apertura de Primera División. Decenas de seguidores radicales del local Táchira irrumpieron en el terreno de juego del Estadio de Pueblo Nuevo en San Cristóbal, alegando que jamás permitirían que su equipo utilizara una camiseta de color rosado en lugar del tradicional amarillo y negro, por considerarlo una tonalidad “femenina”.


 La Junta Directiva del Deportivo Táchira -presidida por la profesora Juana Suárez, quien también ha sido Viceministra de Deportes- acordó una programación especial  con motivo del Día Mundial contra el Cáncer de Mama, que incluía el uso por parte del equipo de una indumentaria alegórica, la presentación de una pancarta durante los prolegómenos del partido, la disputa de la Copa  Fundación Senos Ayuda y algunas actividades de recaudación de fondos.


En este sentido y en vista de la connotación que ha tenido este incidente, novísimo en la historia deportiva de nuestro país, www.pantalladeportiva.com  consultó la opinión de Alfredo Torres Quiroz, analista que en otras oportunidades ha publicado trabajos  sobre la violencia en el fútbol venezolano y quien de la mano de la Fundación “Futbolinteractivo¨, lleva un seguimiento sobre el tema.


¿Qué hay detrás del curioso caso de Pueblo Nuevo? ¿Qué sentido tiene la protesta de los aficionados del Deportivo Táchira?


 Para comprender mejor los fenómenos del fin de semana es pertinente fijar algunas ideas fundamentales. Primero que las aficiones del fútbol venezolano -unas más que otras- están inmersas en la sub-cultura o en la contracultura de las barras bravas. Están expuestas a un proceso de transculturización que tiene como modelo las barra bravas argentinas. No es el hooliganismo inglés la fuente donde beben las barras locales, sino en una fuente latinoamericana, sureña, en esa contracultura conocida como ¨el aguante¨ que es su forma particular de vivir el fútbol.  “Aguantar” es alentar al equipo en las buenas y en las malas, seguirlo a todas partes, destinar dinero, tiempo y  esfuerzos a una suerte de religión. Para los más radicales también es la capacidad de lucha corporal, aguantar es pelearse con la barra rival o con la policía con bravura y sin correr, aguantar es arrebatarle ¨un trapo¨ o pancarta a una barra rival o perder uno y luego recuperarlo. Ese aguante en la confrontación es fuente de reconocimiento y de poder en el grupo, los cobardes o gallinas no ascienden.


 En segundo lugar  -prosigue Torres Quiroz- ¨el aguante¨ no llegó por  Puerto Cabello o por Maiquetía, llegó por internet.  Supone entonces la recepción y tropicalización de códigos de honor, valores, actitudes, cánticos, liturgias deportivas propias de ese movimiento contracultural que ha aportado mucho colorido al fútbol local, pero también ha tenido impactos menos deseables como, por ejemplo, la violencia entre barras. Las barras son esencialmente territoriales e intolerantes, tienen barras enemigas y barras aliadas, y en ellas la pelea corporal es una fuente de prestigio y de poder para grupos o individuos, ya que las barras juegan una suerte de torneo paralelo que no se mide en goles sino con otros indicadores. Hacer correr a rivales o policías, cantidad de trapos robados, peleas,  genialidad de los “tifos”, son rituales de animación a la salida de su equipo. En ese mundo los “llorones”, los delatores, los que corren y no pelean son cobardes o gallinas, y en las burlas se les trata de afeminados porque no tienen “aguante”, les falta bravura.  Es todo un mundo aparte con códigos que, en muchos casos, contravienen a los de la sociedad. Es  una racionalidad  distinta.


En tercer lugar vale subrayar que eso de las “barras” es una cuestión de machos, eso lo han observado sociólogos y antropólogos del deporte. En Argentina los trabajos de Eduardo Archetti y Amílcar Romero,  Jorge Elbaum y luego, de Pablo Alabarces, José Gárriga, María Elena Moreira y otros, han ido modelando una teoría sobre el “aguante” y las barras bravas, uno de sus datos relevantes es el machismo y este se manifiesta en las barras bravas en forma de: peleas, la lucha corporal y el discurso  expresado en cánticos, comentarios en las redes sociales y en los trapos, tienen un contenido viril, con burlas de sometimiento sexual simbólico del rival, al cual se  le feminiza porque corre, porque no tiene aguante, porque se escuda en la policía para no pelear. En la tribuna se da un juego paralelo entre las barras local y visitantes.


A partir de esa aproximación que usted hace de la cultura del ¨aguante¨. ¿Cómo explica lo sucedido en Pueblo Nuevo?


Las fotos, las informaciones de prensa y la redes sociales  muestran a elementos de la barra local,  en la zona que habitualmente ocupa la barra conocida como La Avalancha Sur  y que componen varios frentes o  colectivos, un grupo de ellos se lanzó a la parte baja del estadio y se rehusó a retirarse. No hay reportes de uso extremo de la fuerza policial. Para el común se trata de un hecho insólito, caprichoso. Sin pretender justificarlo, el episodio  “se explica” en razones de honor propias del “aguante”. Las bromas  que usualmente dirige la barra del Táchira hacia la barra archirrival que es el equipo capitalino Caracas FC  conocida como ¨Los Demonios Rojos¨, es tildarlos de “rosadas”, dando un tratamiento  “feminizante” al rival. Es algo muy propio de la cultura del aguante y de lo simbológico-machista  de las barras bravas argentinas.



Para Torres Quiroz un sector de la afición local entendió el costo que habrían de pagar en términos de honor y  se consideraron expuestas al ridículo ante las barras rivales, y quisieron “salvar los muebles” con un acto territorial, reaccionaron invadiendo la parte baja del estadio hasta que suspendieran el partido. Dentro de la racionalidad particular de una tribu urbana del tipo barra brava, es inadmisible hacer concesiones en su código de honor de esa magnitud, porque al Táchira lucir una camiseta rosada pone fin a un elemento básico del paradigma de confrontación discursiva contra su  barra rival, al llamarles “rosadas” en lugar de “rojos Desde una perspectiva antropológica podría considerarse  una reacción racional si se le mira dentro de los códigos disidentes de la contracultura del aguante. Para ellos era una suerte hazaña de resistencia cultural y, de algún modo, impusieron su ley.


¿Qué tendencia tienen estos hechos de violencia?


 La violencia en el fútbol tiene comportamientos cíclicos y hay patrones comunicacionales. Estamos en el día después, en plena fase de los pronunciamientos. Habrá  pronunciamientos de los directivos del equipo, de la FVF,  de funcionarios públicos,  de  los medios y de los usuarios de las redes sociales. Es momento para discursos estigmatizantes, es la hora de lugares comunes: “son unos pocos”, “son unos vándalos”, “habrá sanciones ejemplares”.


Creo que esos hinchas tachirenses hubiesen preferido perder una pelea, permitir que les robaran un trapo o que les hubiesen hecho correr, antes que ver a su equipo con camiseta rosada. Ese hecho desmantela un discurso emblemático  en su confrontación metafórica con los ¨Demonios Rojos¨, sus batallas cibernéticas en las redes sociales, en los trapos y en los cánticos en los estadios. Es el equivalente a bajar a segunda división en ese torneo simbólico paralelo que llevan las barras, es un submundo alienado que existe y que no se soluciona con lacrimógenas, hay que estudiarlo para interpretarlo y poder corregir sus manifestaciones negativas.


 ¿Cuál es el escenario  legal que deberá  enfrentar  el Deportivo Táchira?   

Entramos en otro espacio semántico, en el derecho deportivo. En teoría debería haber sanciones para el equipo organizador del encuentro y responsable de las medidas de seguridad, pero también para los aficionados que incurrieron en conducta impropia


La irrupción de espectadores es una de las infracciones más severamente castigadas en el fútbol mundial. En Venezuela el concepto que se emplea es “invasión de terreno”. Este tipo de falta está prevista en el artículo 107 del Código de Ética de la FVF,  norma que diferencia los diversos supuestos según el grado de perturbación que tengan sobre el desarrollo del juego de fútbol o por los daños causados a los actores del hecho deportivo como árbitros, jugadores y técnicos. El caso de la irrupción de espectadores en San Cristóbal impidió el inicio del partido y encuadra en el numeral 4 de mencionado artículo 107 del Código de Ética que voy a citar:


“Cuando la invasión del campo de juego, origine la suspensión del encuentro, el árbitro hará constar dicha circunstancia en el informe, se procederá a instruir un expediente por el Consejo de Honor e inmediatamente quedará clausurada la instalación para el próximo encuentro que el equipo en cuestión tenga que cumplir como sede. El Consejo de Honor, en los tres (3) días hábiles siguientes a la comisión de los hechos procederá a instruir un expediente compulsando los hechos, según su gravedad, las circunstancias que lo rodean y la trascendencia de sus efectos, a aplicar una o varias de las medidas disciplinarias contenidas en el Artículo 26 de los Estatutos de la F.V.F.¨.


 La norma impone una sanción cautelar inmediata que es la inhabilitación del estadio para el próximo encuentro y la norma de remisión, que es el artículo 30 de los Estatutos de la FVF  y no el 26,  establece las diferentes sanciones aplicables y es previsible la sanción de pérdida del partido. Subsidiariamente el Deportivo Táchira sería apercibido y en caso de registrarse nuevos incidentes podría recibir la sanción de deducción de puntos.


El Código de Ética también establece sanciones para los espectadores violentos pero hasta ahora esas normas son letra muerta.Habrá que esperar lo que decide el Consejo de Honor de la FVF, finaliza Torres Quiroz.


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